Colores, gráficos, tipografías, números y letras pequeñas… Da igual de qué compañía sea porque todas tienen algo en común. No hay por donde cogerlas. ¿Cómo debería ser el diseño de la factura de la luz para que se entienda?
Diseñar una factura de la luz puede ser sencillo. Lo complicado es hacerlo para que se pueda entender con facilidad. Ese es el desafío y lo mejor para conseguirlo es empezar de cero. Olvidarse de todas las que se han visto y hacer como si fuera la primera de la historia. Lo típico de coger un folio en blanco y a ver qué va saliendo… ¿Qué debería poner? ¿Cuáles son los conceptos que no pueden faltar? ¿Y los que habría que eliminar debido a su complejidad para que ningún consumidor se pierda? Papel, boli y lo primero que hay que tener en cuenta es que en ningún caso debería diseñarse por los expertos del sector ni tampoco por los funcionarios del departamento de energía del Ministerio para la Transición Ecológica. Hay que llamar a las asociaciones de usuarios. También a los especialistas de marketing.
A los primeros porque son los que están en contacto con los consumidores y a los últimos porque son los que saben contar las cosas y explicarlas a la gente. Hacer comprensible lo que no se entiende. Sobre todo, porque lo que quieren saber es qué conceptos están pagando, cuánto y por qué. Así de fácil y de complicado a la vez. No valen para nada los tecnicismos porque poner, por ejemplo, mecanismo de ajuste de Real Decreto Ley 10/2022 es chino para el 99,99% de las personas. No tiene ningún sentido. Por eso, hay que entender que esto es un complemento por la generación eléctrica con gas natural o como se dice de forma coloquial en la calle el tope del gas… Quizá este último término no sea el más correcto o académico, pero es el que la gente entiende en mayor medida.
Esto es lo esencial a la hora de diseñar una factura. Es decir, darles una vuelta a los conceptos de la factura y que todo el mundo entienda donde va cada uno de los céntimos que paga. Se puede hacer mucho más… Hace años hubo una iniciativa de lo más interesante: utilizar una especie de semáforo que indique en promedio las ofertas que hay en el mercado, las compare y además indique si está por encima o por debajo de la suya. Ya se sabe… rojo, amarillo, verde y eso sí que se entiende a la perfección. Muy efectivo. De un solo vistazo saber si la tarifa contratada es buena o muy mala. Evidentemente no se pudo poner en marcha porque a las eléctricas no les interesaba para nada. No se trata de consultar o averiguar si hay alguna oferta más barata. Va más allá porque eso ya existe.
Aparece en todas las facturas en forma de código QR, pero la mayor parte de la población no lo ha utilizado nunca en su vida. Ni siquiera por curiosidad. No es práctico. Nadie la mira con el móvil para que le redirija a un comparador (poco atractivo, por cierto) y entonces confirme si con la oferta de otra compañía pagaría más o menos que ahora. Demasiado complicado para casi todas las personas. Lo del semáforo es mucho más intuitivo. Tan sencillo como que en el propio recibo aparezca un indicador de color con el resultado de la comparación. Muy fácil, el precio de la electricidad en enero, para los consumidores acogidos a la tarifa oficial, está por debajo de los 15 céntimos/kWh. Ese es ahora mismo uno de los más bajos que se pueden encontrar en el mercado y debería ir en color verde.
Así, por ejemplo, si está entre 15 y 18 podría ir en amarillo, y ya por encima sería rojo. La señal definitiva de que se está pagando más de la cuenta. De este modo, y de un solo vistazo, el consumidor puede saber lo que tiene y además si es mejorable.