Más allá del propio importe no cobrado o de quién lo pague, el doble problema del fraude eléctrico pasa por la saturación de las redes que impiden proporcionar un servicio adecuado a quienes sí lo deseen.

El problema del fraude eléctrico es más importante de lo que parece y no solo por quién lo acaba pagando. También por las pérdidas que se producen. Siempre es normal que se escape algo de energía, pero hay que controlarla. Solo hay que acercar la mano a una bombilla antigua o un cable, sin tocarlo, para confirmarlo. Por eso en el sector eléctrico se suele distinguir dos tipos. Por un lado, están las pérdidas técnicas que son inevitables y forman parte del propio proceso de generación, transporte y transformación. En el propio viaje por la red eléctrica hay una parte que se va perdiendo por el simple rozamiento y choque entre los electrones. Además, por otra parte, están las llamadas no técnicas. Es decir, los fraudes. La gente que se engancha a la luz sin tener un contador. Hasta aquí todo bien, pero…

Lo que pasa es que, en el sistema eléctrico actual, tanto unas como otras, están socializadas. ¡Se pagan entre todos! Las inevitables y los fraudes también están incluidas como uno de los muchos conceptos que conforman el recibo de la luz. Importante porque no está la cosa para bromas con la factura y suponen más de 1.500 millones de euros anuales. Lo que lleva al segundo de los problemas: las compañías eléctricas apenas tienen incentivos para perseguirlos. En realidad, casi que ni les va les viene. Solo se les recompensa el 10% del importe total defraudado. Demasiado pequeño. Poco para las enormes dificultades que encuentran en muchos lugares para detectarlos. Son varias las zonas especialmente complicadas como la Cañada Real en Madrid u otras como la de Horche en Guadalajara donde ni siquiera pueden entrar para tratar de identificarlos.

No es nada fácil la tarea. Además, son mayores los riegos, coacciones y amenazas que el propio beneficio económico, al menos para las eléctricas. Por eso, al final siempre da la sensación de que pagan justos por pecadores también por partida doble. Y es que en estas mismas zonas hay familias que, aunque quisieran poner un contador y legalizar la situación, tampoco podrían disfrutar del servicio. Las redes están saturadas por las conexiones ilegales. Soportan mucha más tensión de lo habitual y acaban colapsando. Ya no solo se trata de una cuestión de pagar entre todos esos fraudes. Muchos podrían estar de acuerdo para ayudar a algunos colectivos, pero es que directamente no puede haber luz por la enorme sobrecarga. Ahí está, por tanto, el problema por duplicado del fraude eléctrico que necesita solución.