Ya ha pasado casi un mes desde que sucedió aquello de que a las 2 eran en realidad las 3 y apenas se nota en las facturas. Poco o nada, pero habría un caso en el que el cambio de hora sería eficiente. Es el siguiente…
Lo mismo de siempre. Lo de todos los años. Adelantar los relojes exactamente 60 minutos. Ni uno más ni uno menos para dar entrada al horario de verano. Así, se pierde una hora de sueño, solo durante un día, pero la consecuencia es clara. Se gana exactamente el mismo tiempo de luz por las tardes y, además, hasta octubre cuando toque repetir la operación, pero la inversa. Más tiempo para lo que de verdad importa, aunque el café por las mañanas haya que hacerlo a oscuras. Sin embargo, la cuestión no es el sentido en el que hay que mover las manecillas… lo importante es si se trata de una iniciativa eficiente y se cumple el objetivo para el que fue diseñada, ahorrar energía.

Hace años la iluminación suponía más del 10% del total del recibo de luz. Sin embargo, ahora es casi irrelevante y no llega al 2 %. Por tanto, el ahorro por el cambio de hora es mínimo desde un punto de vista de eficiencia energética.
Pues… desde un punto de vista de eficiencia energética es un rotundo no. Es decir, claramente no merece la pena. Esta medida se empezó a poner en marcha durante los años 70 del siglo pasado con la crisis del petróleo precisamente con el fin de ahorrar energía. Sin embargo, en todo esto hay una cosa clara, ¿dónde se produce el menor consumo de electricidad? Sobre todo, en iluminación y principalmente en el ámbito doméstico porque en las empresas se gasta casi lo mismo con independencia de las horas de luz que haya. En realidad, en las casas, lo que se gasta por las mañanas se ahorra por las noches o al revés. Así, lo verdaderamente significativo es el cambio tecnológico que ha habido en este tiempo.

Una bombilla LED gasta 7 veces menos que una bombilla incandescente. Dividir entre esa cifra. Por lo tanto, si antes no era especialmente relevante ahora lo es menos todavía.
La respuesta en cómo sacarle el máximo partido al cambio de horario se encuentra en los ciclos biológicos y en la propia naturaleza. Solo hay que pararse a observar. ¿Qué es lo que hacen los animales? ¿Se levantan siempre a la misma hora? Evidentemente no lo hacen y los humanos… ¿dormimos más en verano o en invierno? Entonces está claro. El problema es que los horarios, ya sean del trabajo o de la escuela, son iguales durante todo el año. Se entra a la misma hora con independencia de la estación en la que se esté cuando lo natural sería entrar a partir de abril a las 8, pero entre octubre y marzo hacerlo a las 9. Solo así tendría todo el sentido del mundo mantener un solo horario. Luego vendría el debate de cuál es el más conveniente porque no es lo mismo vivir en Menorca que en Galicia.
El cambio es un poco ficticio porque el uso horario de España está un poco puesto a dedo. Otra cosa es que fuéramos a la hora solar, y entonces los ritmos biológicos estuvieran adaptados a las horas luz, al amanecer y al atardecer.