¿Cómo afecta la lluvia al precio de la electricidad? ¿Sube o baja la luz? La mejor conclusión es que nunca lo hace a gusto de todos y, ¿el viento o el sol?
La lluvia, el viento y el precio de la luz
Dicho así podría parecer el título del clásico cuento o fábula infantil de esas que acaban con moraleja, ¿verdad? Pues en realidad tiene más que ver con los refranes. No hay página en el refranero en la que no haya al menos una referencia meteorológica. Que si en abril aguas mil y en mayo cada día un baño o que si agua caída del cielo no hace agujero. Las hay a cientos. Todas de otros tiempos en los que buscar nubes antes de ir a trabajar era tan habitual como ahora mirar el móvil al despertar. De cuando la economía de muchas familias dependía de las cosechas, la lluvia era fundamental. Lo sigue siendo hoy en día. Mucho más de lo que se puede pensar y casi sin que nadie se dé cuenta. Hasta en el precio de la luz influye.
Eso sí, tal y como ha avisado Jorge Morales de Labra en Madrid Directo de Telemadrid, nunca llueve a gusto de todos. Todo depende de la cantidad de agua que caiga y, sobre todo, de la que ya haya almacenada en los embalses. También hay que recordar antes de nada que no en todos los pantanos se produce electricidad. De hecho, en su mayoría se concentran en las cuencas de los ríos Duero y Sil. Tiene su lógica. Así, si empieza a llover de forma insistente y están llenos, hay que liberarlos de agua. Existen unos límites máximos de capacidad para evitar que se desborden o colapsen. Por encima del 80% las compañías eléctricas deben abrirlos por seguridad regalando prácticamente la electricidad que producen. Baja y mucho el precio. Buenas noticias para los consumidores.
Sucede, pero no es lo más habitual. Lo normal, en cualquier caso, es que los embalses estén por debajo de su capacidad media. Por mucho que llueva, por tanto, las centrales hidroeléctricas no están obligadas a sacar agua. Tienen cierto margen de maniobra y pueden jugar con la situación. La decisión es suya en función de sus propios intereses. Si los abren el precio de la luz será más o menos el llamado precio de sustitución. Es decir, el de la otra fuente de energía que se utilizaría para generarla de no haber agua. Ahora, en cambio, son buenas noticias para las compañías eléctricas que les cuesta menos producir electricidad que con gas o carbón y menos buenas para el consumidor que al final acabará pagando lo mismo. La lluvia no afecta a su factura.
Aún hay más. Por si todo esto fuera poco, aún hay una posibilidad más (y no les va a gustar nada de nada a los consumidores). Sí, que como en el caso anterior, los embalses estén por debajo de sus valores medios y apenas caiga agua del cielo. Lo que sucede entonces es que hay que recurrir a otras formas de generación más contaminantes como la combustión de combustibles fósiles que, además, encarecen, y mucho, el precio de la luz. En esta situación las eléctricas son las que se vuelven a frotar las manos. Les cuesta más producir la electricidad, pero, en cambio, la venden mucho más cara. El consumidor es, de nuevo, quien vuelve a pagar el pato.
Moraleja: Pues sí, esta historia es de las que la tiene y es que nunca llueve a gusto de todos. Nunca. En ninguno de los tres casos todas las partes quedan contentas. Como casi siempre, en realidad, y eso solo tiene una solución. Diseñar un modelo de mercado en el que tanto consumidores como compañías salieran siempre ganando. Algo que ahora mismo no puede ser, pero tampoco es imposible. Mucho tienen que cambiar las cosas para conseguirlo. Mientras tanto, la lluvia seguirá cayendo, el viento soplando y el sol brillando, allí arriba, en el cielo. Todas tienen su influencia en el precio de la luz. Las renovables cada vez tienen más que decir. Cuanto mayor sea su aporte al sistema más y más debería bajar. Así que habrá que volver a estar pendientes de la previsión meteorológica para comprobar si, ¿en abril luz a mil?