Lo cierto es que el sistema marginalista tiene sus defensores (cada vez menos) y sus detractores porque como casi todo en la vida el mecanismo de fijación de precios de la electricidad también tiene pros y contras.
Es sencillo… Todos los pescados y las carnes del mercado al mismo precio, pero siempre se cobrarán al del más caro. Gallos y truchas al precio de gulas o pollo al del solomillo de ternera. Con esta estrategia comercial pocos son los que querrían comprar en la carnicería o pescadería. Pues con la luz no hay más remedio que hacerlo así. No hay otra opción. No todas las fuentes de energía tienen los mismos costes. Solar y eólica son casi gratuitas en su producción. Mientras que hidroeléctrica viene a salir por unos 20 euros/MWh y la nuclear el doble más o menos. Sin embargo, la que siempre marca el máximo es el gas. Pues, entonces toda la electricidad a los 231 euros de esta materia prima. Esto que se llama sistema marginalista tiene argumentos a favor, pero también en contra y el debate llega hasta el Financial Times.
El mecanismo por el que todo se paga al precio máximo se crea en 1990 y en ese momento se hace precisamente así para bonificar o recompensar la entrada de energías más verdes, limpias y descarbonizadas. Es decir, para que haya inversión en eólica y solar se paga todo como si fuera gas. Todo pensando en el medioambiente, pero también en el coste. Son más baratas y por eso se las compensa. Ese es el primer argumento a favor, pero la verdad es que ya ha quedado un poco obsoleto. Las renovables de segunda generación son todavía más económicas que las de aquel entonces y no solo eso. También son mucho más eficientes. El segundo es que permite también que el sistema esté plenamente operativo las 24 horas del día. Importante porque hay centrales como las nucleares que no pueden desconectarse del sistema en ningún momento.
En el mercado eléctrico al ser un sistema marginalista, todas las centrales cobran por la luz el precio de la tecnología más cara que ha entrado en producción para satisfacer la demanda.
Ni siquiera, aunque la energía que produzcan no vaya a ser utilizada ni consumida. Así, el sistema marginalista paga todo a precio de máximos porque debe estar siempre funcionando. Todo el día a pleno rendimiento o al menos disponible para poder satisfacer la posible demanda sin que se produzca ningún apagón. Por supuesto también hay argumentos en contra. Muchos más que a favor, pero sin duda lo mejor es fijarse en los dos enormes problemas que genera. El más visible y el que más se nota en los bolsillos es que cualquier pequeño percance que suceda, como puede ser la subida del precio del gas contagia a todo el sistema. El llamado efecto mariposa de la electricidad se transfiere a todas y cada una de las fuentes de energía con independencia de cuáles sean sus costes de producción. Y esto es lo que está sucediendo ahora….
Lo que hay en estos momentos es un problema de gas. Rusia está cerrando el grifo dificultando así el aprovisionamiento de esta materia prima en Europa de cara al invierno. A mayor demanda sube el precio y este incremento es el que explica que el resto del pool eléctrico se contamine. El segundo argumento en contra es el efecto palanca que tiene. Tal es el efecto multiplicador que tiene pagarlo todo a precio de máximos que ya la subida es del 30% en un mes y de más del 390% en el último año. El propio sistema marginalista lo irá corrigiendo con el tiempo y a largo plazo volverá a su punto de equilibro. Eso sí, probablemente la solución llegue ya demasiado tarde. Mejor remediar hoy lo que no puede esperar a mañana. Por eso, el debate gira ahora en torno a: ¿hay que modificar el sistema marginalista?