Auténtica montaña rusa. El mercado marginalista tiene sus imperfecciones, pero detrás de la alta volatilidad de la luz no está el sistema en sí mismo sino en cómo se aplica a las diferentes tecnologías.
Volatilidad es el término que mide la variabilidad de las fluctuaciones de precios, rentabilidad, tipos de interés y, en general, de cualquier activo financiero o producto en el mercado.
Pues eso mismo es lo que está pasando con el precio de la luz. Volatilidad. Del mínimo histórico al máximo de siempre en apenas una semana y a veces es aún más acusado. Hay días que sube el 36% y al siguiente tiene 32% de bajada. Por cambiar, cambia a cada hora. No hay quien lo entienda y menos tratándose de un producto tan esencial. Tampoco quien lo pueda corregir, aunque ya se hayan hecho algunos intentos. Lo de Filomena no es un caso aislado. Ya ha pasado con anterioridad y da alguna pista de lo que pasa. En el mundo de la electricidad hay por tanto dos problemas que ya empiezan a ser recurrentes. El primero es la manera en la que se forman los precios en el mercado marginalista y el segundo, precisamente, su volatilidad. Conceptos tan relacionados que no se podrían explicar el uno sin el otro.
Más complicado aún. A esto hay que añadirle que, además, es un mercado liberalizado. No solo en España sino también en Europa y en la mayoría de países desarrollados. La luz se considera que es como cualquier otro producto y está sujeto a la ley de la oferta y la demanda. Pues ya se sabe lo que pasa con el marisco en Navidad… Aumenta el consumo y también el precio, pero la luz es más necesaria que las gambas en Nochebuena. Quizá, como ha explicado Jorge Morales de Labra en Hora 25 de la Cadena SER, ese sea el error de partida. Pues no hay que olvidar que además de liberalizado es marginalista y lo complica un poco más. Todos los días a la misma hora las compañías eléctricas hacen sus ofertas de la luz que quieren vender al día siguiente. Así, el mercado asigna un precio final.
En el mercado eléctrico al ser un sistema marginalista, todas las centrales cobran por la luz el precio de la tecnología más cara que ha entrado en producción para satisfacer la demanda.
El mismo para todas las tecnologías independientemente de sus costes de producción. Esto no es lo más curioso. Lo mejor de todo es que el precio elegido sea el de la oferta más cara que es necesaria para satisfacer la demanda. Lo normal es que sea la de los combustibles fósiles y así, para cada una de las horas del día. Esto, llevado al mercado de la electricidad quiere decir que todo el pool eléctrico se vende a precio de gas, aunque se genere en centrales nucleares, eólicas o hidráulicas. Maximiza, por tanto, los beneficios de estas últimas y dispara las facturas. No es un sistema tan raro. De hecho, es el habitual en más de 20 países de Europa y modificarlo para discriminar por tecnologías es complicado. Existe una Directiva de la Unión Europea que lo regula. Lo que pasa es que tiene otro fallo conceptual.
Ni más ni menos, pensar que es un mercado libre perfecto. No lo es y la razón es muy sencilla. Si lo fuera, todo el mundo construiría las centrales más rentables, con menos costes, y las de gas desaparecerían inmediatamente. Tratarían de hacerse con ese beneficio enorme que tienen ciertas tecnologías. El problema es evidente. No se puede hacer esto. Sobre todo, porque hay centrales que están cautivas como las hidroeléctricas. Quizá las más rentables y también las que más barreras de acceso tienen. Ya no se construyen nuevos pantanos como se hizo tiempo atrás. Estas centrales pueden hacer su oferta y al final cobrar 100 euros MWh como hace unos días. No pasaría nada si no fuera porque su coste es de menos de 20. Se permite que tengan un beneficio de más del 500% en un negocio en el que no hay competencia posible.
Así, el problema no es el mercado marginalista en sí mismo, sino en cómo se aplica ese modelo a una serie de centrales. Eso, y como se traslada esa volatilidad de precios al recibo de la luz.