Mientras que en España el gas de Rusia apenas supone el 10% del total, en el resto de Europa es muy diferente. De media más del 40% lo reciben desde este país y Alemania es quien tiene mayor dependencia.
Si en la antigüedad todos los caminos llevaban a Roma… Ahora, 20 siglos después, la cosa cambia y más para referirse a los gasoductos. El nuevo destino es Germania. También todo el Norte y centro de Europa. Solo hay que echar un vistazo al mapa para darse cuenta de la enorme dependencia que tienen del gas de Rusia. En algunos casos necesitan su energía casi al 100%. Sin embargo, no siempre ha sido así. De hecho, es una situación bastante reciente. Tras el accidente de Fukushima y con el recuerdo aún de Chernobyl, Alemania decidió cerrar todas sus centrales nucleares. Aportaban cerca del 30% de toda la electricidad y apostaron todas las cartas por esta materia rusa. Por eso, recientemente han presionado a la Comisión Europea para que tenga la consideración de energía verde. ¿Demasiado riesgo?
Además de Rusia, que supone el 40% del total el gas que se consume en Europa, también llega desde Noruega (12,6%), Argelia (7,6%), Qatar (5,2%) y el resto está muy diversificado.
Eso sí, antes de clausurar las nucleares esperaron a que se construya un nuevo gaseoducto por el Báltico. Directo y todo para evitar el paso por Polonia y, precisamente, Ucrania. Después se pusieron las bases para duplicarlo con el Nord Stream 2 que se acaba de terminar. El problema es que Alemania siempre ha considerado a Rusia como un país fiable… Hasta que hace unos meses cerró el grifo del gas cumpliendo por la mínima los contratos. También disparando los precios, pero, sobre todo, cogiendo a Europa con los depósitos medio vacíos. Sin duda, estaban ya preparando la invasión. Ahora solo tienen gas para los próximos tres meses. Suficiente para pasar el invierno y poco más, aunque se han escondido algunas cartas bajo la manga. Hay un plan alternativo para rellenarlos ante la posibilidad de que se corte el suministro.
La trampa en la que ha caído Alemania con respecto a la dependencia energética de Rusia no es solo por el gas. Supone el 55% todo el que necesitan, pero va más allá. De allí también viene un tercio del petróleo e, incluso, la mitad del carbón. Y a todo esto, además tienen que añadir otra dificultad. Ninguno de los 36 puertos para gas licuado que hay en Europa está en suelo alemán.
Por el contrario, como ha recordado Jorge Morales en El programa de Ana Rosa de Telecinco, la situación en España es algo diferente. El gas también llega por gaseoducto, pero desde Argelia. Igual que a Italia. Sin embargo, además de Alemania, Francia, Suiza, Austria, … tienen un problema al que hay que sumar un agravante. Todavía queda invierno por delante y tienen las reservas a menos del 40%. Aquí están algo más llenos. A más del 60% y eso son buenas noticias. En primer lugar, porque la dependencia es del Norte de África y también por la cantidad de gas que hay almacenado. El suministro está garantizado. Aún así, sea como sea, de lo que nadie se va a librar es del precio. Un corte drástico del gas de Rusia sería letal para la economía. Lo dispararía aún más de nuevo.
7.000 millones de euros semanales de sobrecoste es el impacto económico estimado en toda Europa por la diferencia de precio actual que se está pagando por el gas respecto a hace un año.
Hay un dato muy revelador que lo explica. El precio del gas sigue en niveles máximos. A más de 90 euros por MWh cuando lo normal es que estuviera en torno a 15. Es decir, 4 veces por encima de lo habitual. Demasiada diferencia. Tanta que el sobrecoste de lo que se está pagando por la materia prima es de 7.000 millones de euros semanales. Más de 1.000 millones de euros diarios. Solo para hacerse una idea, es el doble del presupuesto anual del Ministerio de Defensa de España. En menos de una quincena ya se habría agotado. Por tanto, solo la posibilidad de una guerra o conflicto armado en Europa tendría consecuencias económicas más graves de las que ya se han podido ver y sentir en los últimos meses. Sobre todo, se iban a sentir en el bolsillo de los consumidores a través de las facturas energéticas.