Frío, frío… La subida del precio de la luz solo deja a la vista las causas evidentes, pero esconde bajo las reglas de juego del sistema eléctrico otras más profundas, mayores e importantes.
Frío y nieve. No hay nada que defina mejor el invierno. Eso, tierra adentro, porque en los mares del Norte la mejor forma de reconocerlo son los icebergs. Fascinantes. Enormes bloques de agua dulce de los glaciares que navegan a la deriva. Sin rumbo fijo. Allá donde le lleve el viento y las corrientes que no son, ni más ni menos, que energías renovables. Eso sí, tienen un problema. No se trata de lo que se ve, sino también lo que hay debajo. Sin querer parecer el National Geographic, es tan solo el 10% del total. Casi nada. Pues un poco lo mismo pasa con el precio de la luz. Lo que se puede observar y sentir cada vez que sube el precio, no es ni más ni menos que, el frío, el aumento de la demanda y también la subida del precio del gas.
En el precio de la electricidad influyen factores internacionales como el petróleo y el gas, los derechos de emisión de C02, y, sobre todo, la normativa de cómo funciona el mercado.
Eso, y, por supuesto, la ausencia de sol y viento que hagan funcionar las renovables. Pero, en realidad, como ha señalado Jorge Morales en Las cosas claras de TVE, el problema tiene mucha más profundidad y es de mayor calado. No tanto como los 40 millones de toneladas que suelen pesar de media, pero sí como para quedarse un poco helados. Sí, sumergido en las profundidades también del agua se encuentra otro aún mayor. Escondido por las reglas de juego del mercado y también por la forma en que, precisamente, se determina el precio de la luz. Las causas externas son las que se ven a simple vista, pero hay otras ocultas que influyen tanto o más. Urge solucionarlo cuanto antes para que no se repita en el futuro. Así que nada de esperar los 10 años que tarda en derretirse un iceberg.
Pues para poder ver lo que permanece escondido a simple vista nada mejor que sumergirse, pero no en las aguas. Más bien, en los datos. Comparar dos días cualquiera. No hace falta fijarse solo en el de Navidad cuando se batió el mínimo histórico con 16 euros MWh. Puede ser cualquier otro. Por ejemplo, el 30 de diciembre, que no tuvo nada de extraordinario. Solo lo normal. 49 euros el MWh que es más o menos lo habitual en el mercado mayorista. Pues tan solo 9 días después costaba casi el doble. Máximo con 96 euros MWh. Curioso, ambos días la aportación de nucleares y renovables fue muy parecida. Casi la misma para las tecnologías más baratas y las primeras que entran al sistema. Eso sí, se ha excluido la hidráulica. Fundamental para encontrar el problema. Sobre todo, porque los icebergs son también agua (congelada) como la de los embalses.
Si el 9 de diciembre de 2020 el precio mayorista de electricidad era habitual con 49 euros MWh, tan solo 9 días después se multiplicaba por 2 para alcanzar el máximo histórico con 96 euros.
Demasiadas coincidencias. Hay más datos. Las nucleares siempre trabajan a piñón fijo. Producen exactamente lo mismo ya sea 30 de diciembre que 8 de enero. A la misma potencia. Por lo que aquí no está el problema. Con las renovables la cosa cambia. Dependen del viento y el sol, pero la diferencia de aportación entre ambos días no justifica que duplique el precio. Hay que buscar aún más profundo y esta vez sí bajo el agua. Pues, la producción de las centrales hidráulicas también fue idéntica. ¡Sorpresa! Más que nada porque el agua tiene algunas diferencias. La principal, puede controlar su producción. Eso sí, hay una empresa que decide cuánta desembalsa y lo mejor de todo, a qué precio. Con el sol no basta con abrir o cerrar el grifo.
El resto de la demanda, unos días más y otros menos, se cubre con carbón y gas. Las más contaminantes y las más caras. Pues, por si fuera poco, también son las que están más sujetas a las fluctuaciones internacionales. Ahí está la clave. Mientras el día 30 se necesitaron menos combustibles para generar electricidad, el 8 de diciembre tuvieron que triplicar la producción. Todo por el aumento de la demanda y la menor aportación de renovables (-10%). Aquí es donde empieza lo bueno, sobre todo para las empresas. Más beneficios y los llaman caídos del cielo como la nieve de Filomena o la lluvia que llena los embalses. Sí, porque todas cobran y toman como referencia el precio de la última tecnología que ha entrado al sistema. Siempre la más cara, aunque en sus costes nada tengan que ver con el gas.
Las hidroeléctricas venden agua a precio de champán. Es decir, al precio de la última tecnología que se utilizaría para completar la demanda si no abrieran los embalses. La más cara.
Hay más que no se ve a simple vista. Raro si de un día para otro cobran más del doble por lo mismo. Beneficios2. Agua a precio de champán y no es una cosa temporal. Cuando suben los precios les cuesta volver a bajarlos. Aún hay más. También tiene nombre: coste de oportunidad. No venden la electricidad por lo que cuesta producirla. Eso es demasiado poco para ellos. Muy barato. Así que lo hacen al precio de tecnología que entraría en el sistema hasta cubrir la demanda. Pues, claro. Agua y carbón. Mejor al precio más caro y los mantienen todo lo posible. Hasta que baje el gas, sople el viento o salga el sol. Negocio redondo y gran problema de fondo. También de profundidad. Hay que solucionarlo antes que choque como el Titanic y acaben todos con el agua al cuello para pagar el recibo de la luz.