Inacabado desde hace años por escasa rentabilidad, pero ahora, en plena crisis energética, hay quien ve en el MidCat, la oportunidad de España para convertirse en potencia del gas en Europa.
La siesta, cañas que se alargan hasta bien entrada la madrugada, aceitunas rellenas de anchoa, exagerar en el curriculum con el nivel inglés, chiringuitos… Pues a todas estas cosas tan typical Spanish habría que sumarle otra más: las grandes obras e infraestructuras inacabadas o, peor aún, que nunca se llegaron a utilizar. No son casos aislados y hay algunos muy sonados. El más conocido es el del aeropuerto sin aviones de Castellón hasta que llegaron con la pandemia para usarlo como aparcamiento. El más caro que se haya construido jamás. La lista es larga: la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, la de la Cultura de Santiago de Compostela, la de la luz de Alicante o la del circo de Alcorcón. Eso solo con las denominadas ciudades porque luego está el Golden Gate de Talavera o la Torre del vino de Socuéllamos.
Tan impresionantes todos como costosos. Sin embargo, hay otros muchos de los que se ha oído hablar menos como el proyecto MidCat y eso que la idea no era mala. De hecho, ninguno de los anteriores tampoco lo parecía sobre el papel. De lo que se trataba era aprovechar la diversificación que tiene España en cuanto a entrada de gas. Por un lado, el que llega por gaseoducto desde Argelia y por el otro el que lo hace en barco y a través de las plantas regasificadoras. Hasta siete instalaciones de este tipo hay en la Península Ibérica y son muchas más de la que hay en el resto de Europa. Ningún país tiene tantas. Francia, por ejemplo, tiene tres. Alemania ninguna. España, como ha explicado Jorge Morales de Labra, en La mañana de COPE, es la gran potencia europea en lo que se refiere a la importación de gas.
Grandes infraestructuras como gaseoductos las acaban pagando los ciudadanos para que al final solo se beneficien exclusivamente las pocas empresas que se encarguen de su explotación.
Por este motivo, lo que se planteó hace ya más de 20 años es dar la oportunidad a esa enorme capacidad de regasificación y poder así exportar gas al resto de Europa. La idea era muy sencilla. Construir un gran gaseoducto de más de mil kilómetros para llevarlo directamente desde Argelia hasta el resto de Europa atravesando España y los Pirineos. Inversión de más de 3.000 millones de euros para transportar como máximo unos 7.500 millones de m3 de gas natural. Tampoco es que sea mucha cantidad y la clave está precisamente en estas cifras. Sencillamente se descartó hace ya bastante tiempo por su baja rentabilidad. Eso sí, cuando apenas faltaban 200 kilómetros para completar la conexión. No hacía demasiada falta cuando las cosas iban bien. Ni a Francia le interesaba demasiado en ese momento ni aquí los consumidores querían financiarlo.
Ahora las cosas han cambiado, pero las cifras siguen siendo las mismas. El MidCat permitiría duplicar el gas que exporta España, pero 7,5 bcm son demasiado poco. Haría falta mucho más para compensar los 150 bcm que todos los años Europa compra a Rusia. Aun así, en la actual crisis energética y con la materia prima en máximos históricos por la guerra en Ucrania hay quien vuelve a ver en el proyecto una gran oportunidad. Convertir a España en uno de los principales hubs gasistas del continente. Tampoco es el momento. Construir una infraestructura de este tipo lleva mucho tiempo. Años, quizá una década o más y llegaría tarde. No parece que tenga mucho sentido invertir en una tecnología que está llamada a la desaparición. La tendencia es a consumir cada vez menos combustibles porque dentro de 10 años la implantación de renovables será mayor.