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La idea es la misma, reducir la vinculación directa e inmediata entre el precio de la luz y el del gas, pero por distintos caminos. Los modelos de reforma del sistema eléctrico tienen esencia común y notables diferencias.
Muchas cosas han pasado con la electricidad este año y no hace falta enumerarlas todas: los tramos horarios de los que ya no se acuerda nadie, los impuestos con el IVA a la cabeza, el tope al gas de la excepción ibérica… pero, especialmente, las subidas y bajadas que han puesto de manifiesto que el sistema de fijación de precios no funciona. Lo dijo la presidenta de la Comisión Europea y se ha visto en los recibos. Por eso, y porque todas las soluciones tan solo son temporales, toca reformarlo. Hay dos propuestas. La primera es la que precisamente tiene sobre la mesa Ursula von der Leyen y la segunda es la que tiene en mente el Gobierno de España. Entre ambas muchas diferencias, pero también una cosa en común. Qué el precio de la luz no cambie a diario al mismo ritmo que el mercado mayorista.
Es decir, que sea un poco más estable ante su alta volatilidad y fluctuaciones. A partir de ahí las propuestas son muy diferentes, pero antes incluso de entrar a valorarlas hay que tener en cuenta un dato. Entre una y otra las eléctricas se juegan más de 50.000 millones de euros. No se trata de calderilla. Aun así, está claro que ha sido una barbaridad que el precio de la luz dependa tanto del gas que al disparase el segundo arrastre inmediatamente al primero. Efecto casi instantáneo. De un día para otro. También es evidente que lo del tope al gas de la excepción ibérica es un parche que no soluciona nada a largo plazo. Tiene fecha de caducidad y está próxima. Hay otra coincidencia. España y el resto de países de la Unión Europea también están de acuerdo en que las renovables que se instalen a partir de ahora…
Más ahorro para los consumidores y menores beneficios para las eléctricas. La propuesta de reforma del sistema eléctrico tiene ganadores y perdedores, pero lo importante es que, por primera vez, le da la vuelta a la tortilla.
Tienen que seguir otro modelo, a precio fijo. Eso sí, la diferencia entre ambos modelos es más que notable y tiene que ver con lo que pasa con las antiguas: hidroeléctricas de mediados del siglo pasado, nucleares de los años 80 y renovables de primera generación que se construyeron hace ya 15 años. Así, mientras España considera que también deben ir a precio fijo, Europa no está por la labor. Podría ir contra la seguridad jurídica, pero sobre todo contra los milmillonarios beneficios de las eléctricas. Con esto, la Comisión Europea presentó ayer su proyecto insistiendo en la idea de que lo viejo es mejor no tocarlo, pero abriendo la puerta a hacerlo a discreción. Casi de carácter voluntario. Sin embargo, una vez más como ya sucedió con el tope al gas, hay notables diferencias entre los países. En España el 50% de la energía es ya nuclear o renovable.
De este modo, si no se interviniera todo lo anterior el efecto sobre el precio de la electricidad, sería muy bajo. No solo eso, sino que, además, es algo que no se notaría, al menos, hasta dentro de 10 o 15 años. Demasiado tiempo porque todas las consecuencias de la crisis energética son ahora cuando se están sintiendo. En contra, evidentemente todas las compañías del sector que apoyan a Bruselas, pero rechazan totalmente la propuesta española porque así los beneficios les dejarían de caer del cielo. A favor, cada vez se van sumando más sectores. El último el del acero que consideran la propuesta europea como insuficiente por el mismo motivo. Una década es ya demasiado. No pueden esperar tanto porque mientras las fábricas se están trasladando a otros lugares del mundo donde los costes son menores y los precios de la luz más competitivos.
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